Barcelona se debe a su propia insalubridad. Sin los problemas de higiene que atenazaban a la ciudad amurallada a principios del siglo XIX, quién sabe si el devenir del municipio habría sido distinto. La suciedad y las enfermedades, con una esperanza de vida de 36 años, terminaron por derribar la piedra. Luego llegó el Eixample de Cerdà y la absorción de pueblos del entorno; pero también, como diría el Frente Popular de Judea de Monty Python, el agua corriente, el retrete, la recogida de basuras o el alcantarillado. Y así, en un salto quizás excesivo, hasta nuestros días, donde la responsabilidad ciudadana no siempre marida bien con el servicio público. La historia de las ciudades también se explica a través de la gestión de la porquería.
Debate en la capital
Barcelona: la suciedad como síntoma de desapego
La ciudad intenta adaptar su servicio de limpieza a los hábitos de consumo, sin esperar corresponsabilidad alguna
Ahora hay más chicles por los suelos, más pintadas por las paredes, más muebles por retirar y más mascotas
Limpieza de contenedores en el barrio del Raval, el pasado mes de julio. /
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