La cita ineludible de agosto

Cuixart, de la celda al balcón

Gràcia levanta el telón de su fiesta mayor con un pregón del presidente de Òmnium y abucheos del público a Colau, rescatada de la situación por el propio Cuixart

Momentos tensos en el pregón de las fiestas de Gràcia. Silbidos contra Colau e intervención de Jordi Cuixart. / ACN

Si se lo dijo a Manuel Marchena, presidente del tribunal que le condenó por sedición, (“lo volveremos a hacer”), era una simple apuesta de cara o cruz, o sea, 50% de probabilidades, prever que Jordi Cuixart echaría mano de su frase icónica como pregonero este año de la fiesta mayor de Gràcia. Como un artista en un bis, versioneó su mayor éxito. “Si cada cual piensa en lo que le motiva para luchar, lo podremos volver a hacer y a hacerlo juntos y a hacerlo mejor. No hay que renunciar nunca a volverlo a hacer”.

Así es. Gràcia está de fiesta mayor, menor, podría incluso decirse, vistas las enormes limitaciones que impone la variante delta del coronavirus, pero a la hora de elegir pregonero han desdeñado los organizadores el perfil bajo. Al PP no le ha sentado bien la elección. Quiso que se supiera horas antes del pregón que no iba estar presente en ese acto. La alcaldesa Ada Colau lo lamentó. No le une a Cuixart ninguna afinidad política. Es más, una parte del independentismo dirige sus dardos más afilados a ella y lo que representa antes incluso que a la derecha más rancia, pero aún así quiso subrayar la alcaldesa que ya va siendo hora de escuchar a quien piensa distinto, de aprovechar que el motor de la política va a tanta o más velocidad que el del cambio climático, que ya es decir, y eso, en cierto modo, lo subrayó al inicio de su pregón el propio Cuixart y, también al final, cuando Colau fue abucheada y el líder Òmnium, micro en mano, apeló a sus años de cárcel para pedir que la dejaran hablar. "Escuchar es lo que no quiere hacer España con nosotros, porque tiene miedo de la palabra".

“Hace más de tres años, escribiéndoos desde la celda, no me habría imaginado que hoy podría compartir el inicio de la fiesta mayor con todos vosotros y menos desde este balcón”. Sería injusto, sin embargo, sugerir que el pregón de Cuixart fue solo un mitin más del presidente de Òmnium, vecino del barrio de adopción porque de allí es su pareja y allí han nacido sus hijos. El cuerpo principal de pregón, en honor a la verdad, fue de lo más canónico, una descripción de esas singularidades que hacen de Gràcia un barrio con un carácter muy particular, con un sólido tejido cultural, unos lazos vecinales más sólidos que los del carbono y, por qué no decirlo, una oferta comercial (peluquerías veganas, yoga con kilt, pastelerías holísticas y varios etcéteras desopilantes) que a veces invita al paseante a sospechar que una cámara oculta graba sus reacciones.

La plaza de la Vila, con Cuixart y Colau en el balcón, a la que solo se podía entrar con invitación.

/ Joan Mateu Parra

No se recreó en ello Cuixart, pero dijo algo muy cierto que pueden compartir incluso quienes están en sus antípodas ideológicas. Explicó que el barrio no es solo denso demográficamente, lo es también creativamente. “Puede que sea por eso que cuando estás en Gràcia siempre buscas el camino más largo para llegar a casa”. Cierto.

El pregón tuvo momentos de recuerdo para la tragedia de Afganistán, para las víctimas de los alquileres abusivos, para los enamorados del cine Texas (siempre en el alambre), para los sin techo, para los sanitarios, también para el cambio climático…, pero cada pocas frases, eso sí, Cuixart ofrecía su particular bis al público, poco porque por razones de seguridad coronavírica solo se podía acceder a la plaza con invitación, pero, claro, muy entregado a la casa ‘indepe’.

Lo hizo, por ejemplo, cuando, como otras veces, sacó partido del característico nomenclátor del callejero de Gràcia, de los más hermosos de la ciudad. “¿Qué podemos esperar de una Vila en que Revolució es un párking y Llibertat es un mercado?”. Sin ánimo de enmendar, eso merece un par de puntualizaciones.

Revolució es una plaza que rinde homenaje a la revuelta de 1868, que conllevó el exilio de Isabel II, y que tuvo como uno de sus lemas de bandera “España con honra". El tiempo ha desdibujado ese recuerdo y hoy es simplemente una plaza con un nombre inusual en según que capitales de provincia.

El caso de Llibertat tiene más recorrido narrativo. Gràcia, en su día, quiso que los tres lemas principales de la revolución francesa fueran impresos en el mármol que da nombre a las calles del barrio. Hay una de la calle dedicada a la libertad, que a Cuixart le gusta mencionar, otra que ensalza la fraternidad y, por último, la igualdad también tiene su homenaje, pero, lo que son la cosas, solo mereció un pasaje y fuera de Gràcia, en el Eixample. La cuestión es que, ya puestos, los padres del nomenclátor de Gràcia decidieron que los principios básicos de revolución de 1789 quedaban cojos sin una cuarta referencia, la legalidad, que también tiene calle en el barrio, pero esta, como se sabe, suele caer en olvido.

Con el pregón ha dado comienzo, en resumen, una fiesta mayor atípica, no por el pregonero, sino por las circunstancias, un calor asfixiante, una ciudad más vacía de lo común por estas fechas y unas restricciones sanitarias que limitarán el aforo de todos los actos que se llevarán a cabo, pero, con todo habrá fiesta.