Barcelona ha reinventado el botellón. Para ser más exactos, lo ha coreografiado. La noche del viernes y, sobre todo, la del sábado, la Guardia Urbana, con modos exquisitos, eso sí, pastoreó a unos 9.000 bebedores por los alrededores de las playas de la ciudad, con el Born, antiguo lugar de justas medievales, como punto de partida y final. No era imprevisible que así sucediera. Decretado el fin del estado de alarma y con el ocio nocturno aún cerrado, era fácil de prever que podía suceder eso, que la Guardia Urbana se tuviera que reinventar en una suerte de Concejo de la Mesta para transhumar jóvenes y algunos juerguistas ya más maduros de aquí para allá, no en busca de pastos, sino de lateros. El botellón, fenómeno muy contenido en Barcelona antes de la pandemia en comparación con otras ciudades de España, ha vuelto. En todos los significados de la expresión, es un error garrafal. ¿De quién?
Daños colaterales del desconfinamiento
Vuelve el botellón a Barcelona, un error garrafal
Un año de confinamiento y de toque de queda y nadie ha planificado el día O, el desembarco del ocio
Una conga que, llegada la Guardia Urbana, fue del Born al Arc del Triomf y viceversa. /
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