Todos los alcaldes han tenido presente al peatón. Pero una cosa es lo que dicta la lógica y otra, muy distinta, lo que mandan los tiempos, los hábitos, las modas, o lo que hagan las otras ciudades. Porque el automóvil, por ejemplo, fue tras la segunda guerra mundial sinónimo de progreso, de modernidad. Y claro, los políticos, y por ende, las calles, se adaptaron a él. Hasta el punto de que Amsterdam, hoy ejemplo de urbanismo pensado para las personas, llegó a derribar barrios enteros para dar cabida a nuevas autopistas viales. También Barcelona ha ido avanzando. A otro ritmo, es cierto. Pero cuando se peatonalizó Portal de l'Àngel, en 1973, el alcalde Enric Masó defendió lo que entonces se denominó "isla de peatones". Y Pasqual Maragall, en 1995, dictó un bando que, bajo el título 'En defensa de los peatones', llamaba a recuperar para el viandante «espacios que en determinadas vías principales se destinan con primacía al vehículo». Todo aquel poso de teoría ha explotado en los últimos años, aún más con la pandemia. Y lo ha hecho de manera global, cuando se habla de crisis climática y no de cambio climático, cuando los jóvenes comparten más que poseen, cunado grandes capitales, como París, lideran el tránsito hacia un nuevo modelo urbano.
URBANISMO EN EL SIGLO XXI
La lenta expulsión del coche en Barcelona
La capital catalana ha perdido la mitad de aparcamientos en superficie en los últimos 15 años y el peatón ha recuperado 23 hectáreas para uso ciudadano
Nueva ampliación de espacio para peatones en calle Pelai. /
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