Ildefons Cerdà dibujó en 1855 el plano topográfico del llano de Barcelona. La nueva situación política y la reivindicación social ("¡abajo las murallas!", se decía) permitían relajar la inquietante presión demográfica dentro de las paredes de piedra de la vieja ciudad. Y en esa extensa tierra entre lo que hoy es Ciutat Vella y los pueblos cercanos, donde todo eran campos, rieras y vías de conexión, empezó a imaginarse un nuevo mundo. Esa tela de araña entre lo añejo y los límites físicos que marcaban la montaña y los ríos quedó en manos del propio Cerdà, que no ganó el concurso público pero sí tuvo el favor de Madrid al no comulgar el gobierno con el plan ganador de Antoni Rovira i Trias. Si recuerdan la ceremonia de los Oscar del 2017, cuando Faye Dunaway y Warren Beatty, leyeron el sobre equivocado de la mejor película del año, a Rovira i Trias le pasó lo mismo con el agravante de que, efectivamente, la estatuilla era suya y cuando estaba ante el micro para dar las gracias, se la quitaron. Ese, sin embargo, es un tema para otro día, así que nos centraremos en el Eixample de Cerdà, en el gozo de partir de cero. Y en el gozo contemporáneo de interpretarlo según convenga.
EL URBANISMO QUE VIENE
En el nombre de Cerdà
El urbanista legó un Eixample capaz de adaptarse a los tiempos, y de la dictadura del coche se intenta volver al origen: una Barcelona rural
La malla perpendicular se ha convertido en una tabula rasa en la que verter el sentir contemporáneo, y ahora es momento de supermanzanas
Plano topográfico del llano de Barcelona, obra que Cerdà realizó en 1855 /
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