BARCELONEANDO

La ciudad de las colas

La pandemia democratiza la espera para ser atendidos; para recoger un pollo o para pasar una prueba PCR

El cierre de bares y restaurantes destila aroma a confinamiento; cuando necesitabas turno para casi todo

Cola en una panadería y en una entidad bancaria de la concurrida calle de Sants / FERRAN NADEU

Hacer cola se ha convertido en uno de los nuevos símbolos de Occidente. Es la receta contra el caos, la píldora del nuevo orden, el dogma de la distancia. Sea para recoger el pollo asado, comprar calzoncillos, gestionar el paro o mandar un paquete a Cuenca, la cola es una de las liturgias más democráticas de la era del covid, amén de los PCR que determinados laboratorios privados realizan a domicilio en pudientes hogares de la burguesía local mientras el grueso social aguarda turno al raso. La cola se hace mayormente en la calle, con la gente pegada a las fachadas, como cuando los cines de barrio se llenaban y las familias se arremolinaban a su alrededor. Algunas se arquean y se desarrollan junto a la calzada. Otras, las más previsibles, tienen incluso vallas y un señor o una señora que gestionan el flujo, como el portero de las (¿se acuerdan?) discotecas.