La Rambla. Nunca ha sido una vía monumental ni siquiera una gran avenida, pero siempre ha sido la espina dorsal de Barcelona. Es el paseo más conocido (y controvertido) de la ciudad. Y fue el más concurrido. En pasado, porque hoy son pocos los que circulan por lo que en su día fue riera natural. El turismo desterró hace tiempo a los locales (residentes y ocasionales) y el covid-19 ha hecho lo propio ahora con los foráneos. El resultado son persianas bajadas y una vía vacía. No hay vecinos, no hay barceloneses, no hay barrio. De manera que La Rambla amanece tan desierta como anochece. Un paisaje desolador. Y un grito desgarrador de alerta: “La Rambla se muere. Hay que actuar ya”. El clamor lo comparten vecinos (los pocos que quedan) y comerciantes. También, el ayuntamiento. Y los arquitectos que ganaron el concurso internacional de su reforma. Una convocatoria innovadora que planteaba tanto la reurbanización física de la arteria como las estrategias de actuación sobre vivienda, comercio, cultura y accesibilidad.
EL CENTRO DE LA CIUDAD, A DEBATE
Objetivo: devolver la vida a la Rambla
La nada que reina en el famoso paseo en tiempos de pandemia hace más evidente que nunca la necesidad urgente de una mejora que suma proyecto y años pendiente de su ejecución
Los pocos vecinos que quedan e Itziar González, arquitecta titular del plan de reforma, piden una intervención que no se quede en la piedra e incida en el comercio, la cultura y la vivienda
Recreación virtual de la futura Rambla, a la altura de la calle del Carme.
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