análisis

Segunda enmienda: el derecho a portar coches

Que una asociación reivindique que la peatonalización es un ataque a la libertad individual del conductor es, como poco, un fracaso comunicativo de las medidas emprendidas en Barcelona

La calle de Aragó, el pasado 8 de marzo, último domingo antes del estado de alarma. / XAVIER GONZÁLEZ

Fue el pasado 8 de marzo, el último domingo antes de la pandemia, cuando el Ayuntamiento de Barcelona cerró al tráfico la calle de Aragó. A aquello no se llamaba entonces ‘urbanismo táctico’. Era, simplemente, un paso más dentro de la llamada campaña ‘Obrim Carrers’, que consistía en peatonalizar un fin de semana de cada mes tres calles de la ciudad, no cualquier calle, sino aquellas que durante el resto de la semana suelen ser un sinvivir de coches. El estreno fue en febrero en Via Laietana, pero, ya se sabe, esa es una calle de vida intermitente, escenario de habituales manifestaciones y, recuérdese, víctima colateral de algunas protestas independentistas de aúpa. Lo de Aragó fue muy distinto.