inmersión en los archivos históricos y militares

Cuando Franco planeó cómo evacuar Barcelona...

Un exhautivo trabajo arqueológico y documental descubre la red de refugios que el franquismo impulsó acabada la guerra y unos apuntes para vaciar la ciudad en caso de ataque

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Carles Cols

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Carme Miró, arqueóloga de cabecera de Barcelona, anda con el Tipex en la mano para corregir y reescribir unas pocas pero jugosas páginas de la historia reciente de la ciudad, los años inmediatamente posteriores a la entrada de las tropas franquistas por la Diagonal, el 26 de enero 1939. Meses de culo y silla en archivos militares y en archivos propios han revelado claramente que la historia de los refugios antiaéreos de la república, elogiados en su día como ejemplo de bravura por Winston Churchill, no terminó abruptamente aquel 26 de enero, sino que las nuevas autoridades de la dictadura persistieron en su construcción, incluso de forma mejorada. La segunda guerra mundial. ‘Si vis pacem, para bellum’, aconsejó allá por el siglo IV el escritor romano Vegecio. Si quieres paz, prepárate para la guerra, y la segunda contienda mundial comenzó en 1939, así que el franquismo no solo preparó las defensa de la ciudad, sino que, tal y como han descubierto Miró y su colega Jordi Ramos, incluso había a mediados de los 40 un plan, aunque muy simplón, que evaluaba cuántos barceloneses habría que evacuar en caso de ataque extranjero (600.000) porque los refugios disponibles solo tenían capacidad para 400.000 “almas”, tal y como se decía entonces.

El final de la guerra no puso fin a los refugios. El bombardeador temía ahora probar su propia medicina

En relatos como este, y es muy lógico, el lector agradece un buen ejemplo, y lo hay. Es estupendo. Es el sótano de la tienda Apple de Barcelona, porque una de las lecciones que sacó de la guerra civil el franquismo es que los refugios, a poder ser, era mejor que estuvieran bajo la protección que les brindaba un buen edificio y no bajo el pavimento de las calles. La capacidad perforadora de las bombas de la aviación estaba creciendo exponencialmente, así que la orden que cursó la Jefatura Nacional de Defensa Pasiva, heredera sin paréntesis de por medio del organismo con el mismo nombre de la época republicana (aunque sin el adjetivo de “nacional”) era que los nuevos edificios de la ciudad dispusieran de ese sótano capaz de ser usado como refugio en caso de ataque.

Entre 1943 y 1946 se construyeron como mínimo 22 refugios antiaéreos en edificios de nueva planta: en el ya desaparecido Teatro Calderón de la Rambla de Catalunya, en el 472 de la Diagonal, donde se levanta hoy el edificio Windsor, bajo las viviendas del 42 de la Via Augusta, en el subsuelo de lo que tiempo después sería la cárcel de Wad-ras, en el sótano del actual hotel Montblanc de la Via Laietana…, etcétera, pero por singular merece la pena sin duda destacar el caso de la esquina de la plaza de Catalunya con paseo de Gràcia, por todo cuando sucedió allí durante la primera mitad del siglo XX. Si han visto ‘El tiempo en sus manos’, adaptación cinematográfica de George Pal de ‘La máquina del tiempo’ de H. G. Wells, recordarán la deliciosa escena en que Rod Taylor, en unos segundos, ve pasar los años a través de los cambios de ropa en los maniquís de un escaparate. Aquella esquina es la versión local de aquel escaparate que veía Taylor desde su máquina del tiempo: inauguró el siglo como hotel de postín, con un servicio de carruajes propio, albergó un tablao flamenco legendario, la Bodega Andaluza, desde su tejado se realizó la primera retransmisión radiotelegráfica, allí se atrincheraron durante unas horas las tropas golpistas en 1936, el PSUC se lo apropió, lo redecoró con imágenes de Lenin y Stalin y desde allí los comunistas intercambió disparos con los anarquistas en la guerra dentro de la guerra que fueron los Fets de Maig de 1937, y no hay que olvidar que, de nuevo en su tejado, en un posado propagandístico, se tomó la icónica foto de la miliciana con el fusil al hombro. El refugio franquista es la guinda a esta secuencia a cámara rápida.

El sótano de la tienda Apple es, por historia, el más icónico de los refugios que impulso Carrero Blanco a través de un decreto

Miró y Ramos explican que hay que situarse primero en cómo quedó Barcelona al final de la guerra, alfombrada de escombros. Entonces, para algunos, fue un próspero negocio limpiar las calles de aquella balumba de piedras y tierra. En los archivos han dado con una buena colección de facturas, convenientemente encabezadas con un “Saludo a Franco, ¡arriba España!”. Se pagaba a peso, a ocho pesetas el metro cúbico. La primera orden de las nuevas autoridades fue emplear muchos de los más de 1.000 refugios republicanos para almacenar todos aquellos escombros, pero no por borrar su existencia, sino porque eran una buena solución a mano. La prueba de que no había segundas intenciones es que se indultaron 111 de los existentes para emplearlos en caso de que la segunda guerra mundial salpicara a España y se prosiguió con las obras de 155 a medio hacer. A los arqueólogos no les ha pasado por alto un detalle muy revelador. La letra que firmaba los planos durante la república y la que lo hizo inmediatamente después de la caída de Barcelona era a menudo la misma. La depuración de funcionarios fue inmisericorde y profunda, pero los hubo, parece, que como los refugios se adaptaron a los nuevos tiempos.

Fue Luis Carrero Blanco quien en enero de 1941 firmó un decreto por el que los municipios con más de 20.000 habitantes tenían la obligación de dotarse de una red de refugios para guarecer a toda su población. En Barcelona, por supuesto, las cifras no cuadraban, de ahí que entre la documentación descubierta por la pareja de arqueólogos despunte ese escueto plan de evacuación de la ciudad, tan eficaz, se supone, como la red de defensas que la dictadura construyó en el Pirineo para cerrar España ante una eventual invasión desde Europa, aliada o nazi, el llamado Plan P., una red de 6.000 búnqueres y nidos de ametralladoras que han caído en el olvido, algo así como la versión castiza de las Línea Maginot francesa y, se supone, igual de eficaz, vamos, nada de nada.

Aquella dictadura feroz recelaba de la paz e igual que excavaba refugios construía una inútil línea Maginot en el Pirineo

Aquella pasión por jugar al Risk (y esa es otras de las curiosidades de este buceo en los archivos) no fue una fiebre pasajera de los años inmediatamente posteriores a la guerra civil. La última reunión formal de la Junta Nacional de Defensa Pasiva tuvo lugar en 1973. Entre 1969 y 1973, por ejemplo, Clabsa, la antigua empresa municipal del alcantarillado barcelonés, tuvo entre sus encargos topografiar los refugios de la ciudad, aunque no queda muy claro con qué fin. No parece que fuera ya con propósitos militares, sino más bien por abrir una luz en el subsuelo, a la vista de que periódicamente aparecían con motivos de algunas obras refugios no censados y, al revés, allí donde la documentación acreditaba la existencia de uno, este no aparecía.

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La historia de los refugios de la guerra civil, en resumen, ya está siendo objeto de revisión cuando ni siquiera estaba aún completamente escrita. Lo cómodo sería quedarse solo con la heroica resistencia de la ciudad bajo las bombas de la aviación fascista, pero quedan rincones en sombra por explorar, como ese documento fechado en 1950 que Miró y Ramos han localizado en un archivador y que, leído su encabezamiento, retrata con una nueva luz la época: “Instrucciones especiales para la defensa contra los efectos de la bomba atómica”. Eran años, los 50, en los que uno de los más conocidos refugios de la ciudad, el 307, se empleaba para el cultivo del champiñón. Lo que son las cosas.

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