BARCELONEANDO

Pollo a la vista

El misterio del pollo a l'ast continúa siendo una gran incógnita que, como nuestro planeta, gira sobre sí misma al calor del fuego

Mohamed, cocinero en la empresa Central Catalana del Pollastre en la calle Padilla.  / CARLOS MONTAÑÉS

El otro domingo iba con mi mujer a recoger un pollo a l'ast cuando se me apareció Fulcanelli y me dijo 'covfefe'. A por el pollo es mejor ir uno solo. Fulcanelli reveló el misterio de las catedrales, pero el misterio del pollo a l'ast continúa siendo una gran incógnita que, como nuestro planeta, gira sobre sí misma al calor del fuego. En el pollo a l'ast se concentra toda la épica de esta Tierra en que vivimos, pues a través de un pollo recreamos los movimientos de rotación (al asarlo) y de traslación (al recogerlo y llevarlo a casa).

Dicen que Barcelona es una ciudad muy perruna (canina lo fue antaño), pues cada vez hay más gente que ha adoptado uno o varios perros como animal de compañía; aunque quizá, en aras de lo políticamente correcto, hubiese que escribir perros y perras; no lo digo por una cuestión de género sino por equiparar en derechos, en la lucha, al resto de los animales, ante los cuales el ser humano ha mostrado una soberbia y un clasismo bíblicos.

En Barcelona puede encontrarse a más personal  paseando el pollo que paseando el perro

El caso es que Barcelona es una ciudad mayormente de perros, pipicanes ciclistas todos los días del año, excepto los domingos, ya que en los barrios a las citadas criaturas les toca rivalizar duramente con ese fugaz, acaso fungible, con ese otro animal dominical que es el pollo a l'ast. Desde Sant Cosme hasta el Singuerlín, en el día del Señor aún puede encontrarse a más personal paseando un pollo que paseando el perro (con permiso de Rufus Thomas y de Dr. Feelgood).

DISTINCIÓN

Antiguamente o no hace tanto, según cómo se mire, salir a pasear el perro era una señal de distinción, era como tener una placa en la puerta, y lo de andar por la acera un domingo con un pollo resultaba populachero, una cosa de la cultura de masas, que empezaba ya a reemplazar a la cultura de misas. No sé hasta qué extremo el éxito del coche familiar y del pollo a l'ast debió contribuir, muy por encima de Bertrand Rusell, al agnosticismo de este país, hasta qué punto pudo influir en la gente para que dejara de asistir a la parroquia los domingos.

Lo del coche puede demostrarse mediante la dialéctica materialista, pues los propios curas se quejaban en cada homilía de que sus feligreses prefiriesen las vías interurbanas a los viacrucis. Claro, eso se lo decían a los que no se habían ido o, peor aún, a los que no podían irse, y así lo único que conseguían era sembrar la envidia, ya que el español a lo que aspira en la vida es a tomar las de Villadiego. Tal vez, si se aplica al pollo la deferencia de género y solidaridad entre especies animales invocada más arriba, llegue a entenderse mediante las recientes declaraciones del obispo de Solsona el detrimento que el pollo a l'ast pueda haber acarreado a la causa apologética.

El asunto es que le dije a mi mujer que ya iba yo, pero ella insistió en acompañarme pues desde que gobierna Trump el mundo se ha vuelto más peligroso, más 'covfefe' por decirlo con sus propias palabras (las de Trump), de modo que antes de abrir la puerta hicimos testamento y nos fuimos a Don Pollo. Es imposible ponerle un nombre digno a un negocio de pollos a l'ast. Y menos en España. ¿Por qué? Porque éste es sitio de indignados. Si los arquetipos tuvieran corazón (pero son todos unos canallas, que para eso se los inventó Jung), el nuestro en vez de moverse en sístole y diástole lo haría entre envidia y dignidad. Son las dos caras de una sola moneda como los maravedís soñados por los hidalgos arruinados que salen en el 'Lazarillo', o como las de aquellos iberos altivos e infantiles retratados en el Pepe de 'Astérix en Hispania'.

Aquí nos roban y nos indignamos.  En otro lugar agarran al ladrón y lo atan a una piedra

Aquí nos roban ¿y qué hacemos? Nos indignamos. ¡Se necesita ser inútil y arrogante! En cualquier otro lugar agarran al ladrón y lo atan a una piedra. Barcelona que, contemplada desde Santa Coloma, desde el Turó del Pollo (no podía llamarse de otra forma), donde está Puig Castellar, el poblado layetano, resulta la más ibérica de las ciudades, le ha adjudicado su dignidad a lo que ya la tenía, manifestando así que no concibe mayor dignidad ni ninguna otra salvo la propia. Me refiero por ejemplo a cuando, al principio de la crisis económica, el ayuntamiento y los sindicatos le cambiaron el nombre al puente del Trabajo y le pusieron puente del Trabajo Digno. Menudo sarcasmo. Que le pregunten a Walter White cuando le contrataron en Pollos Hermanos qué es un trabajo digno.

La bandeja de aluminio del pollo a l'ast, el lecho dorado de patatas, el brillo del aceite, el tarrito del sucedáneo del allioli, los puntitos negros de la pimienta... Nos faltaría un nuevo Zurbarán o el retorno de otra escuela flamenca de pintura para plasmar todo lo que profundamente tiene eso de naturaleza muerta de las clases modestas. Únicamente el dibujante Escobar ha sabido representar el pollo a l'ast, en las historietas de Carpanta, con la trascendencia y esplendor que merece. Acaso Goya, que cuando pintó 'La gallina ciega' nos dijo que estábamos en manos de unos pollos pera de ojos vendados. Desde entonces hemos pasado del rococó al cucurrucucú. Solo nos canta otro gallo en Eurovisión.