La ciudad retratada al estilo francés

Las imágenes tridimensionales de Maxó Rennella sobre comercios históricos de Barcelona se venden como rosquillas entre locales y foráneos

Maxó Rennella, en un rincón de la galería que regenta en Portal Nou con algunas de sus imágenes tridimensionales sobre Barcelona en la pared.  / FERRAN SENDRA

Maxó Rennella es cordobés, de la Córdoba argentina. Pero es un enamorado de Barcelona. Aquí llegó hace 10 años. Salió de su país camino de Europa pensando en que lo que le gustaría sería Alemania o Italia. Pero, no. Cayó rendido a esta ciudad: "Me agarró porque no es ni grande ni pequeña, tiene buen clima, y tiene mar y montaña, y gente de todo el mundo. Un lugar con solo catalanes o cordobeses puede ser un aburrimiento y un hartazgo. No inspira". Y eso, la inspiración, es fundamental para un artista como él. Como fundamental ha sido su visión comercial. Característica  que una no sabe si ha cultivado en la ciudad o la llevaba consigo antes de aterrizar en la riba del Mediterráneo. El caso es que la tiene. La explota. Y le funciona. Ahí están sus tres galerías y sus 4.000 fotografías tridimensionales sobre Barcelona que vende como rosquillas. 

Hace más de  cinco años empezó a fotografiar tiendas, restaurantes y bares en peligro de extinción que ahora son un remedio contra la nostalgia

La gracia del asunto no está en la técnica, que también la tiene, que no es otra que la superposición de dos o tres instantáneas, cortadas, inclinadas, plegadas... para dar perspectiva y sensación de volumen. Vamos, "un 'collage' con fotografías también llamado arte francés", apunta Maxó. Sino que la gracia está en el tema: en haber retratado desde hace más de  cinco años "las tiendas, bares y restaurantes emblemáticos de Barcelona, sobre todo los que sabía que iban a cerrar"; y después haber construido su versión tridimensional. Bingo. Gusta tanto a foráneos como locales. 

RECLAMO CONTRA LA NOSTALGIA

Para los de allí es un recuerdo que llevarse de la muy turística ciudad. Para los aquí es un remedio contra la nostalgia. Ante un ataque de añoranza por la Barcelona de los comercios con solera, aquellos que tenían mucho de original y poco de franquicia, mucho de especial y poco de vulgar, basta con situarse frente a las paredes de una de sus galerías (Petritxol, Carders y Portal Nou) para superarlo. Que uno echa de menos la decoración modernista que Vilaró i Valls realizó para los almacenes El Indio o el desorden ordenado de la histórica librería Canuda, ningún problema. Ahí están, en la pared, junto a la filatelia Monge, la chocolatería Fargas y el London Bar. 

Todos cerrados como el antiguo Colmado Quílez, que luce no muy lejos del nuevo. Maxó ha retratado los dos. El primero porque su desaparición estaba cantada y el segundo porque está convencido de que tarde o temprano correrá la misma suerte que su antecesor. Ya que así es Barcelona, una ciudad empeñada en cargarse su patrimonio. También hay espacio para los que resisten: la Estamperia San José, una bonita rareza de antaño en la ahora muy fea franquicia en la que se ha convertido la calle de Portaferrissa; y la Cereria Paulí Subirà, la que se supone es la tienda más antigua de Barcelona, data de 1761, y quizá la única en mantener una lujosa decoración de 1847. Además de la curiosa J. Torrente Parallamps, que como su nombre indica se dedica a eso, a fabricar pararrayos desde hace un siglo y medio. Y para los restaurantes y bares de toda la vida, léase Los Caracoles, Can Culleretes, el Bar Pastís, el Café de la ópera y la Granja Viader. "La gente los compra porque en unos se conocieron sus padres, en otros les llevaba la abuela a merendar", explica el artista.

EL HORNO DE LA ESQUINA

Recuerdos, como recuerdos son las tiendas de barrio, aunque no sean emblemáticas. "Muchos buscan el horno de la esquina o el bar de debajo de su casa que han visto siempre". Maxó los plasma porque le gustan, pero también porque se lo piden. "A veces alguno llega un poco enfadado porque tengo un local moderno y no un clásico del barrio en cuestión". Lo hago. Como hizo por encargo el Bar Joanet de la plaza de Sant Agustí Vell o la tienda Nino Álvarez, la de ropa de hombre que usurpó la esquina del histórico Colmado Quílez.

Aunque su fotografía preferida no es ninguna de las citadas. Él se queda con la casa de las plantas. Nombre que ha inventado para identificar a un viejo y anodino edificio siempre rodeado de flores que hay en la calle de Allada-Vermell. No es emblemático, pero también es Barcelona. Y seguro que también tiene historia.