Viaje al fondo del Fondo
La excursión al centro de la tierra colomense podía ser una expedición julioverniana, tres y basta, y casi es más que una mani de Societat Civil Catalana
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La parada de metro de Fondo no es el volcán islandés Snæfellsjökull (que queda más lejos y es más impronunciable, lo cual viste mejor de aventura la cosa) pero la oportunidad de recorrer los túneles del metro de la L-9 a pie en busca de las aguas termales subterráneas de Santa Coloma de Gramenet es una ocasión irrenunciable de, por unas horas, ser Otto Lidenbrock. Calzado de excursión, abrigo, linterna…, todo en orden. El protagonista de ‘Viaje al centro de la Tierra’ llevaba por supuesto también cantimplora, y bien que le fue, pues a un paso de la muerte por sed, terrible experiencia, descubre un torrente de agua hirviendo tras una pared de piedra, así que en la mochila no falta esta noche, como sustitutivo un tanto cutre, una botellita de plástico, porque los organizadores de este viaje al fondo del Fondo aseguran que la paredes del suburbano en algunos tramos supuran. La botellita llena sería un pequeño gran suvenir.
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El chasco es que Lidenbrock se adentra por un volcán de Islandia con la compañía bien justita, su sobrino Axel y un fornido nativo, Hans, y la expedición nocturna de Santa Coloma es casi mayor que una mani de Societat Civil Catalana, una treintena larga de personas que comparten una única cámara térmica y solo un termómetro para realizar las mediciones.
NI UNA RATA
Con el servicio del metro ya interrumpido (es la una de la madrugada), el túnel del suburbano de la L-9 sorprende por su exquisita pulcritud. Esto no es la L-1, con sus ratas chillonas y sus legiones de escarabajos. Es un recinto limpio. La profundidad ayuda. A los roedores y a los insectos les gusta asomarse de vez en cuando a la superficie, y esto, a 50 metros de profundidad, les queda un poco a trasmano. Vamos, que la ilusión de toparse cara a cara con un reino animal del submundo (no hacía falta que sea el ictiosaurio de Verne) también se va a la porra. Queda el consuelo de que ya que esta línea es responsable en gran medida de la miseria económica de la Generalitat, al menos está aseada.
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Al frente de la exploración caminan con paso decidido la alcaldesa Núria Parlon, la teniente de alcalde de Barcelona Janet Sanz y el verdadero faro para el resto del grupo, Enric Vázquez-Suñé, el geólogo que días atrás, si se despista, convierte en una piscina termal la calle en la que se realizó una prospección.
De la cámara termográfica no se puede decir nada mejor que seria el regalo estrella de las navidades si no fuera por su precio. Predator la llevaba incorporada de serie. Menuda envidia. A través de ella se distinguen las siluetas calientes de los expedicionarios (algunos más que otros) y, he aquí lo bueno, que la temperatura de la pared no es uniforme. Porque todo el mundo sabe que detrás hay un manantial termal, que si no echarían todos a correr.
LA GRIETA VISCOSA
La zona de máximo interés está muy cerca de los andenes de fondo. Un fino reguero de humedad baja por la pared. Al tacto, es viscoso. ¡Ecs! Vázquez-Suñé, más profesional que sus neófitos compañeros de expedición, abre su maleta de geólogo y saca un termómetro que, como la cámara termica, también causa admiración. “Está a 41 grados”. Es poco para hacer un buen té, pero es un indicio de que, más adentro, aquello está que arde, que es lo que se espera.
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Son más de las dos de la madrugada y toca buscar una salida. Hacerlo por Strómboli sería lo más oportuno, pero los responsables de Transports Metropolitans de Barcelona, que han vigilado que nadie se parta el cuello en el tránsito por las vías, ordenan sabiamente recular y dejarse de tonterías, que esta no es noche de Lidenbrocks. Afuera está, silencioso, el barrio del Fondo. También tiene su qué. Por el contraste con su bullicioso día a día. Pero también porque ahora se sabe que esconde un gigantesco tesoro.
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