El pianista clandestino

Aprecio sinceramente a Jordi Sabatés, y no sé por qué no nos vemos más, igual porque aquí no se le hace mucho caso

El pianista Jordi Sabatés. / ALBERT BERTRAN

Recibo vía Facebook un mensaje de Jordi Sabatés, del que no sé nada hace tiempo, quien me propone vernos para regalarme su nuevo disco 'Maverick' (lo presentará el día 28 de este mes en la sala Jamboree) y que le dedique mi libro 'El manicomio catalán', del que estoy muy orgulloso porque conseguí llegar a la cuarta edición pese al silencio sepulcral al respecto de la prensa de mi querida ciudad -a excepción de una columna de Francesc de Carreras en 'La Vanguardia' que sacó de quicio al patriota a sueldo Francesc Marc Álvaro; el actual director del Ramon Llull, Àlex Susanna, fue visto abroncando a Lluís Morral, de la librería Laie, por vender semejante insulto a nuestras esencias. En fin…- y de lo bien escondido que estaba en algunas librerías -a un amigo se lo sacaron de debajo del mostrador, lo cual me hizo sentir el orgullo propio de un autor de la editorial Ruedo Ibérico-.

Aprecio sinceramente a Jordi Sabatés Navarro (Barcelona, 1948) y no sé por qué no nos vemos más. Igual porque aquí no se le hace mucho caso -el hombre observa, sin hacerse la víctima, que no suele publicarse ni una línea de sus múltiples actividades en la prensa catalana- y ronda mucho por Madrid, donde, gracias al Instituto Cervantes, se ha pegado unas giras mundiales de padre y muy señor mío (en una de ellas tuvo de compañero de viaje a Fernando Arrabal, con el que trabó una gran amistad por el interés compartido por el ajedrez y la física cuántica). Intuyo que su vieja amistad con Albert Boadella, para el que ha trabajado en los Teatros del Canal, tampoco le ha ayudado a ganarse las simpatías del régimen, pero a él se la trae al pairo y va a su bola, como el 'maverick' que es. La única vez que su compañía discográfica solicitó una ayuda, en forma de compra de ejemplares, a la Generalitat fue en 1984, para el disco en homenaje a San Juan de la Cruz 'Noche oscura', y la negativa vino acompañada de la excusa de que si el título de la obra hubiese sido 'Nit fosca', igual habría caído algo.

Intuyo que su vieja amistad con Albert Boadella  tampoco le ha ayudado a ganarse las simpatías 

Quedamos a comer y empezamos hablando de un amigo común fallecido hace muy poco, el doctor Oriol Gaspar, uno de esos médicos ilustrados, como de otra época, que apenas quedan en Barcelona (ahora solo me queda  Jordi Obiols, el psiquiatra cuyo progenitor palmó en casa de Dalí). “Mi padre era uno de esos médicos”, comenta Jordi, “y mi madre, una señora de Cartagena”. Pasamos revista a algunos músicos. Le cuento mis almuerzos con Sisa, al que aprecia mucho, y vuelvo a definir a Pau Riba como nuestro Rimbaud: todo lo bueno lo hizo antes de los 30. Jordi trabajó en la primera entrega de 'Dioptría' porque Jordi siempre ha estado ahí desde que tengo uso de razón. Me cuenta su último encuentro con Toti Soler, otro al que tampoco se le hace el caso que se merece a la 'nostra pobra, bruta, dissortada patria'. Jordi trabajó con él, y también con Ovidi Montllor: le revienta que ahora le hayan convertido en una especie de santo laico cuando no le caía ni un bolo en sus últimos años de vida. Recuerda brevemente a Tete Montoliu, con el que grabó uno de los discos más relevantes del jazz catalán, 'Vampyria' (1974).

A nuestro hombre no le faltarán cosas que hacer . Puede que sí en su ciudad natal, pero en otros sitios se lo rifan

De ahí pasamos a su fructífera relación con el cine, a sus músicas para películas de Buster Keaton, a su pasión por el pionero aragonés Segundo de Chomón, a su excelente relación con el 'Nosferatu' de Murnau y a un espectáculo que prepara para el TNC y del que prefiere no contar gran cosa. Le pregunto cómo es posible que su relación con el cine no incluya la elaboración de bandas sonoras para películas actuales, felizmente condenado como parece estar a ilustrar deliciosas antiguallas, y dice tener la impresión de no estar en el circuito, aunque no le haría ascos a un buen encargo. A ser posible, de su buen amigo Víctor Erice, pero dada la renuencia del autor de 'El Sur' a ampliar su obra, es de temer que esa colaboración no se produzca nunca.

En cualquier caso, a nuestro hombre no le faltarán cosas que hacer. Puede que sí en su ciudad natal, pero en otros sitios se lo rifan. A veces se le pasa por la cabeza trasladarse a Madrid –su ubicación antaño plácida junto al Park Güell se ha convertido en un guirigay turístico-, donde tiene amigos y contactos y encuentra un ambiente algo menos avinagrado del que se respira por aquí. Licenciado en Física y con tres años de Matemáticas, este músico que nunca se ha considerado un pianista de jazz –pese a su pasión por Jelly Roll Morton, que evidencia en su último disco- vive en una constante evolución creativa basada en un eclecticismo admirable. Le enternece que nuestro común amigo el doctor Gaspar escuchara sin parar 'Maverick' en los días anteriores al derrame cerebral que le apartó definitivamente de nosotros.