El hombre despistado

Los colmados latinos rebosan de productos exóticos y desconocidos pendientes acaso de traducción

Parece ser que los esposos de mujeres latinoamericanas serían los primeros en agradecerlo

Exterior del colmado Latin Bol, en la calle de Trafalgar. / CARLOS MONTAÑÉS

Ese hombre que está ahí, con aire extraviado, con aspecto de haber sido abandonado en un planeta extraño. Ese hombre que tuvo la prudencia de asomarse por la puerta antes de entrar, que dudó, que se dijo si mejor… Que al final ingresó, con paso inseguro. Ese hombre que se mueve por los pasillos con una lista en la mano, un trozo de papel garabateado, un poco arrugado, un misterioso… pergamino: un pergamino que mira siempre antes de dar un paso. ¿Un mapa? Quién sabe. Puede ser. El mapa que permite escapar de los siete círculos del infierno. O así, al menos, lo ve él. Su andar vacilante entre los estantes, su seguridad, que es mínima, su aplomo, dependen todos del papelito, al que se aferra con pulso trémulo.

Es la lista de la compra.

Pero no cualquier lista. En el papel figuran nombres que el hombre lee con la impresión de que le dirían lo mismo si los leyera al revés, o de atrás para adelante, o a trasluz. Nombres como chivé, como tojorí, como papalisa, como mocochinchi, como huacatay.

¿Por qué no lo mandaron a comprar naranjas?, se pregunta el hombre extraviado.

Glosario

Tojorí: bebida tradicional de Bolivia hecha a base de maíz. Papalisa: tubérculo típico de los Andes. Mocochinchi: melocotón pelado y deshidratado. Huacatay: hierba autóctona americana parecida a la yerbabuena. Chayote: fruto de la chayotera. Se emplea en la cocina y tiene usos medicinales. Pandebono: pasta hecha con almidón de yuca, queso y leche, típica de Colombia. Cochayuyo: alga marina comestible. Locoto: condimento picante de la cocina peruana y boliviana. Algarrobina: producto derivado de la algarroba (fruto del algarrobo) que en Chile se emplea en la elaboración de dulces. Maseca: harina de maíz. Bocadillo veleño: dulce colombiano elaborado a partir de la guayaba. Fubá: harina de maíz o de arroz típica de Brasil. Chuño: patata deshidratada. Cuitlacoche: hongo que se consume con las quesadillas en México.

“Normalmente, los españoles que entran en la tienda es porque están casados con mujeres suramericanas que los mandan a hacer la compra –explica Brenda Pablo Delgado, propietaria del colmado Latin Bol, en la calle de Trafalgar–. Ella cocina y lo manda a él a la tienda”.

Helo ahí, pues, enviado especial a ese continente remoto, en el que ahora tiene que interesarse porque se ha casado con él. Quizá pisaría un suelo menos movedizo si en lugar de papalisas encontrara… 'papallisas'. Quién sabe. La psicología de la gente es compleja. Es una especulación, pero tal vez estos hombres enviados en misión consular incierta serían los primeros en aplaudir un trabajo total de los lingüistas, una labor para aterrizar idiomáticamente todos y cada uno de los productos que sus mujeres, sin compasión alguna, les envían al colmado a comprar. Chayote. ¿Qué es un chayote? ¿Qué es la guarina dulce? ¿Qué es el pandebono? ¿Y el cochayuyo? ¿Y el locoto? ¿Y la algarrobina? Una misión para gente con agallas. Sin duda.

MASECA A GRANEL

El Colmado Afrolatino se tiene a sí mismo por pionero: abrió hace 20 años, cuando la inmigración ni era fenómeno ni era tema, y desde entonces se ha mantenido allí, en la parte baja de la Via Laietana: uno de los más grandes y mejor surtidos de la ciudad. Rocío Arbesú es la administradora. “La gran mayoría de nuestros clientes son latinos, evidentemente, pero vienen muchos maridos de mujeres latinas –confirma–, y jóvenes, jóvenes amigos de los hijos de los inmigrantes, jóvenes que se mezclan y que están familiarizados con los productos”.

Aquí, naturalmente, también han tenido que lidiar con la figura del pobre despistado: esa criatura que se multiplicó al mismo ritmo que los matrimonios mixtos. “Jordi, toma, ve a la tienda y tráeme esto”, y Jordi se pregunta por qué, por qué él. Entonces llega a la tienda, y se lo pregunta con más angustia cuando ve lo siguiente en la pizarra: “Hay maseca a granel”. ¿Maseca? No es difícil imaginarlo llevándose las manos a la cabeza, gritando: “¡Maseca, maseca, maseca!”. Invocando una imagen, un significado. Mejor: una traducción.

El Afrolatino está organizado por países, y no hay país que no tenga su propio ingrediente de planeta lejano, gastronómica y lingüísticamente hablando: la maseca hondureña, los veleños colombianos, el fubá brasileño, el chuño de Perú, el locoto de Bolivia, el cochayuyo chileno, el cuitlacoche mexicano. La mayoría son nombres indígenas. De una geografía, de un pasado remoto.

Al final, de visita en visita, Jordi se va familiarizando. Además, ya ha viajado con su mujer a Colombia, y cada vez está más curtido en el uso de ese lenguaje. Ya puede decir cosas como: “Bajo a comprar garullas, cariño”.

A Jordi no le hará falta traducción. A los demás tal vez sí.