Tórrido fin de curso

Dos parejas observan la animada vida del paseo junto al mar en la playa de la Barceloneta.

Aunque me consta que los años empiezan en enero y terminan en diciembre, para mí van de septiembre a julio y los llamo cursos, como cuando iba al colegio y a la universidad. Por estas fechas, a los que somos de natural metafísico nos da por echar la vista atrás y reflexionar sobre lo que hemos hecho a lo largo del curso que termina. Los que además de metafísicos tendemos a lo cenizo, solemos llegar a la conclusión -hayamos hecho lo que hayamos hecho- de que hemos tirado el curso a los cerdos, no vamos a ninguna parte y lo único que hemos logrado es envejecer, lo cual tampoco puede considerarse un mérito propio. Si además sufrimos un calor tan insoportable como el de estas últimas semanas, la sensación de fracaso y pérdida de tiempo se incrementa de manera exponencial.

Yo siempre intento relativizarlo, que conste, y a veces me miro al espejo -figuradamente, claro, no me faltaría nada más que eso cuando ya he cogido la mala costumbre de insultar a gritos a ciertos personajes cuando se manifiestan en la pantalla del televisor: ¡intento enloquecer con dignidad!- y me digo cosas de este jaez: «Hombre, Ramón, tampoco es para tomárselo así. Has publicado un libro, has escrito algunos artículos decentes (junto a otros de aliño), has traducido un par de novelas buenas, has mantenido bastantes conversaciones interesantes…». Lo que no consigo jamás es palmearme el lomo con la satisfacción mostrada por el gran Turull de Convergència durante el último pleno del Parlamento catalán -paripé repugnante en el que todos los que se han tirado el curso insultándose se abrazan, lo cual nos lleva a pensar que son una casta infecta y gremial que representa una farsa en la que el público es lo de menos-, quien aseguró que todos los allí presentes habían sudado la camiseta hasta licuarse y que si él lo decía era porque, tal como estaba el mundo exterior, era muy poco probable que nadie más lo hiciese. Desde luego, para dedicarse a la política hay que ser de una pasta especial.

Si te dedicas a otras cosas -escribir, por ejemplo- y además eres dado a la autocrítica, lo más normal es llegar a agosto con sensación de fracaso. Yo la tendría aunque me hubiesen dado el Planetael Pulitzer y hasta el Pritzker de arquitectura. La metafísica es lo que tiene. Hagas lo que hagas, ¿qué es en comparación con la inmensidad del cosmos? Creo que necesitaría llevar siempre encima una hojita como la que sostenía Pujol en una vieja foto, aquella en la que se preguntaba Què he fet? y se respondía Tantes coses! En estas fechas echarse a la calle para despejarse es una pérdida de tiempo y energía. A Barcelona le sienta fatal el calor, es una ciudad cuyos edificios, en verano, parece que suden. Como sudan todos esos transeúntes en pantalón corto y camiseta imperio -prenda de especial éxito entre los tipos peludos de aspecto simiesco- y esas chicas tan disciplinadas que se han vuelto a poner todas el pantalón-braga que les dijo hace un par de años que se pusieran algún trendsetter homosexual que odia a las mujeres desde su despacho con aire acondicionado en París, Milán Nueva York. Yo me dedico a ir a rehabilitación por la microrrotura de un gemelo -a mi edad, creo que ya puedo empezar a explicarles mis enfermedades- que no sé cómo me microrrompí; bostezando, tal vez, o puede que en plena rampa nocturna, según el fisio. Es un aburrimiento, pero me estoy enganchado a las descargas eléctricas que me aplican en la pierna. Hay que soldar la microrrotura y con eso me basta. Previamente, me falló la acupuntura, recurrí a la medicina tradicional y me soplaron 220 de mis mejores euros por unas plantillas que yo diría que no sirven para una mierda y provoqué el estupor entre algunos galenos. Y ahora, a ver cómo me desengancho de las corrientes eléctricas, pues encima el fisio me ha dicho que puedo encontrar una maquinita doméstica por 40 euros…Me consuela, eso sí, saber lo que me pasa, dado que mi especialidad son las dolencias que llegan sin que se sepa por qué y desaparecen de la misma forma, confirmando mis teorías fatalistas sobre la falta de lógica de la existencia.

Tengo por delante un mes de curro -un libro y una traducción que entregar en septiembre- y empiezo a pensar que en Barcelona solo quedaremos los turistas, los activistas del Prusésy yo, cual conejitos de Duracell a los que nunca se les agotan las pilas. Imagino un despacho iluminado en la Generalitatequivalente nostrat, y a Artur Mas redactando listas de agravios y constituciones chachis, envuelto en olor a pino gracias a lo bien que ha fregado el suelo Eduardo Reyes. Aunque también es posible que esté elaborando un plan para que, si llegan a pintar bastos, vayan al trullo el calvorota o las Teresines. ¡Felices vacaciones, queridos conciudadanos!