Uno de los temas del último año en la actualidad barcelonesa fue la prohibición a las floristas de la Rambla de la venta de suvenires. Bien, la prohibición en sí ya existía. El asunto fue que el ayuntamiento se puso firme en hacer cumplir la normativa vigente, que decía que las floristas, como su nombre indica, debían limitarse a vender flores y plantas. La medida estuvo rodeada de la polémica ya que muchos de los puestos, no todos, se negaban a dejar de vender suvenires porque aseguraban que de las flores no vivían. El municipio intentó convencerles creando la marca Rambla de Flors, una línea de recuerdos que se pretendieron «de calidad», pero que solo aceptó uno de los puestos. El resto -excepto los dos que siempre se han mantenido fieles a la flor y nunca han caído ante los cantos de sirena de los suvenires-, se reinventaron a su manera. Echándole imaginación (y morro). En vez de llaveros, fulares y abanicos -lo que predominaba en sus puestos hace solo unos meses- la mayoría de los puestos de floristas -en los que las floristas y las flores brillan por su ausencia- se exhiben desde hace tiempo imanes con Sagradas Famílias, Pedreras o Monumentales que incorporan casi como peaje un pequeño cactus o una ramita de flores secas, con lo que se adaptan a la normativa, interpretando que el cactus y la flor seca son «flores y plantas».
FRENTE ABIERTO EN el paseo más visitado
Dudosa reconversión de las floristas de la Rambla
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