El chaflán donde se cruzan las calles de Girona y Consell de Cent, lado mar y lado Besós es una de las aceras con más solera de Barcelona. Durante décadas esa esquina ha logrado conservar un patrimonio histórico: el bar Funicular, la portería en la que en 1973 detuvieron a Salvador Puig Antich y el colmado Betlem, fundado en 1892 y punto de referencia para los amantes de lasdelicatesen, de los buenos vinos y de la charcutería selecta.
Jubilados los propietarios del colmado, su ahijado Víctor Ferrer mantuvo durante cinco años un concepto de negocio cada vez más ahogado por la cercanía de las grandes superficies y por las ventas de ofertas dedelicatesenpor internet que tanto tentaban a su clientela de toda la vida.
La cuestión era cómo adaptar al siglo XXI un local que transmite tanto arraigo. Ahí, se juntaron dos factores: la experiencia de Ferrer en los fogones de restaurantes con varias estrellas Michelín, entre ellos el de Alain Ducasse, de París, y el Can Fabes, de Sant Celoni, y su reencuentro con Ignacio Rodríguez, un amigo de la infancia especializado en estrategias económicas y digitales dentro del sector de la gastronomía.
Lo primero fue remodelar el local, quitar los mostradores, poner una barra y tamburetes, mesas con flores en la terraza, abrir las puertas y dejar que entrara la luz. Y lo más importante apostar por el concepto de gastrobar, que es un establecimiento de platillos cuidados con exquisitos productos y abierto todo el día. «Es asequible en los tiempos que corren. Se puede cenar por 20 euros», asegura su propietario. Para muestra un botón: berberechos (6,50 euros), tostadas de steak tartar(4,90) y el bocadillo de butifarra negra y cebolla caramelizada (4,50).