No solo Loquillo plantó la bandera del rock'n'roll en la Mercè del 2010. Fue agradable ver que, entre recetas de pop, mestizaje, folk, hip-hop, electrónica y mundialismo, ese género cincuentenario tuvo otra voz que le defendió con la actitud convenientemente airada y voluntad exploradora. Hablamos de Maika Makovski, a quien hay que comenzar a hacer caso de una vez después de que haya publicado un tercer disco homónimo muy respetable.
La plaza de los Àngels registró una notable afluencia para atender a un programa que comenzó a andar con el pop refrigerante pero barroco de Mine! y el cancionero transhumante y atolondrado de Jil is Lucky. Cerró la sesión una Makovski que toma distancia con rock garajero de gratificación inmediata y esboza nuevos volúmenes sin reblandecer los ángulos. Más flexible e impredecible, Makovski ataca ahora por donde menos te lo esperas, y sus canciones pueden tener aspecto de ritual vudú, mostrador de herrería o artefacto con doble fondo. Camina por una senda iluminada por Nick Cave y Tom Waits, y su cortante sello vocal funde a la joven Chrissie Hynde con el hielo seco de un Mark E. Smith.
MATERIAL RENOVADO / Su trío se convirtió en cuarteto, con un set de percusión extra y un órgano Farfisa que entraban en juego aquí y allá aportando texturas infecciosas. «Somos Maika Makovski», anunció la cantante y guitarrista en una formulación gramatical rarita. Makovski es ella y es también el grupo, y se hace difícil trazar la línea que separa ambas partes. Dominó el material nuevo: la humedad pantanosa de Lava love, digna del Chris Isaak más insano, las perversas Friends y The bastard and the tramp («dedicada a los cabrones y las golfas»), el tribalismo de Ruled by Mars y el mantra con sedimento bluesístico de Oh M ah. Makovski tuvo tiempo de colgarse el acordeón para brindar un bis con The deadly potion of passion. Veneno en el aire.