Por ahí abajo, en el centro de un gigantesco, desértico y silencioso Camp Nou, se movía feliz un niño canario. Iba de aquí para alla, tejiendo pases, caminando con el balón entre sus pies (no lo conduce, lo desliza), conectando con Messi. ¿O era Messi quien lo buscaba a él?
De repente, la pelota viajaba rápido, huyendo de la nostalgia que le abatía en los últimos tiempos, desengañada como lleva tras sufrir años y años de traiciones. Era como si hubiera viajado en el tiempo para colarse en el cuerpo, desgarbado, fino, con medias que no le llegan ni a las rodillas, de ese niño, ahora adolescente, recién adquirida la mayoría de edad.
Sí, era él. Era Pedri. El mismo que veía a Messi por la televisión. Ese chico humilde que creció viendo a Xavi e Iniesta dictar cátedras de fútbol en la misma zona que pisó anoche con tal autoridad que pareció estar en las calles de Tegueste, en su adorable isla tinerfeña.
Estaba bailando con el balón, aunque, a veces, también se despistó. Ocurrió, por ejemplo, en el área de Ter Stegen cuando la Real en el único saque de esquina que realizó en los primeros 45 minutos sacó el tesoro del gol del Willian José.
Compensar la desatención
Ahí Pedri perdió de vista a Portu, tanto en el cabezazo inicial como en la prolongación de su jugada. Nadie es perfecto. Y un chico, con apenas 18 años, recién llegado del Las Palmas, que jugaba feliz en Segunda División, tampoco lo iba a ser. Esa desatención de Pedri contrastaba, curiosamente, con su solidaridad con la orden que le había trasladado Koeman en el vestuario. Tapar la salida de Zubimendi, una de las joyas que la cantera de Zubieta, una fábrica de elaborar medio centros, pero luego defendió con la mirada en la acción que provocó el gol vasco.
Pedri lamenta un error ante la Real Sociedad en el Camp Nou.
/Y se disfrazó de defensa
Luego, eso sí, tuvo la personalidad que no se imagina de alguien tan joven y en un equipo tan grande y en un momento tan tenebroso. Lo compensó luego con una acción defensiva espectacular, digna de un central del siglo pasado. Más propia de un lateral derecho, rápido y veloz, tipo Alves, aquel brasileño que cabalgaba feliz por la pradera del Camp Nou.
En el único error de Mingueza comenzó a correr Isak con tanta celeridad que dejó atrás al joven azulgrana. Entonces, apareció el mediapunta imaginativo disfrazado de defensa como si fuera Puyol para cruzarse en el camino del sueco, evitar un gol que estaba cantado, comerse el palo izquierdo de la portería de Ter Stegen. Y ser sustituido. Si el público hubiera estado en el Camp Nou, se habría puesto en pie para festejar su enorme noche.