BARRACA Y TANGANA

Superhéroes

Me gusta imaginar que lo de Messi es cosa de sus padres, que le han dicho que ya está bien de tanto fútbol, que ya es hora de estudiar algo y buscar un trabajo fijo

Messi, en el choque de Liga ante el Eibar en el Camp Nou.

Me gusta imaginar que lo de Messi es cosa de sus padres, que le han dicho que ya está bien de tanto fútbol, que ya es hora de estudiar algo y buscar un trabajo fijo. Me gusta imaginar a Messi a la hora de la cena, suplicando clemencia mientras vuelca el ketchup sobre las salchichas, murmurando 'pero mamá, a mí me gusta jugar a fútbol', clavando la mirada llorosa en el plato y escuchando a su madre implacable e impía, repitiendo palabras que son cuchillas, zanjando la discusión sin réplica: 'ni fútbol ni fútbal, mañana llamo al entrenador y te desapunto'.

Quizá si los padres de Messi le hubieran cambiado el fútbol por una academia de inglés, como castigo por suspender matemáticas y conocimiento del medio en sexto de primaria, Messi no tendría balones de oro, pero hoy sería nuestro amigo. Quizá lo hubiera conocido comprando golosinas en el caminito del FIB, algún verano de principios de siglo, y ahora seríamos colegas, jugaríamos pachangas de futbito y todos querríamos ir en su equipo. Quedaríamos los jueves, vendría a mi casa a ver la Copa América y echaríamos partidas al Fifa hasta que se hiciera de día. Discutiríamos de fútbol a partir de la segunda cerveza y yo le diría 'Leo, no tienes ni puta idea de fútbol', y él me mandaría a la mierda de camino a la nevera. Messi tendría un trabajo cualquiera, con suerte, como el tuyo y como el mío, sus padres estarían orgullosos y pensarían 'menos mal que lo desapuntamos del fútbol'. Me gusta imaginar que si todo eso fuera así, ahora tendría claro lo que solo alcanzo a intuir, que Messi en el fondo es como los demás, que también se puede equivocar, que igual ha llegado ese día.

Un espejo desagradecido

Me cuesta imaginar cualquier historia que humanice a nuestros ídolos, pero conviene entender enseguida que nuestros amigos, nuestros ídolos y nuestras parejas no son ni serán perfectos, porque si lo fueran no serían nuestros amigos, nuestros ídolos y nuestras parejas, porque nosotros tampoco somos perfectos. Lo mejor es asumirlo pronto.

Idealizar conlleva siempre una dosis de peligro. De pequeño pasaba de vez en cuando por una peluquería que se llamaba Liberman. Me alucinaba lo de Liberman, ese nombre, ese cartel rojo, azul y blanco. Sobre todo el nombre, que me parecía de lo más exótico. Pensaba que Liberman era una especie de superhéroe de la libertad: Batman, Superman y Liberman. El cerebro de un niño es el cerebro de un niño y lo cierto es que tenía sentido. Con esa verdad ingenua viví hasta que un día entré allí con mi padre y se me cayó a los pies el mito. Liberman se llamaba Liberman por el nombre de los peluqueros: Liberto y Manolo. Razonable pero aburrido.

Idealizamos también porque a menudo la verdad no nos conviene. La verdad nos planta frente a un espejo desagradecido. No queremos creer que Messi sea como Liberto y Manolo, aunque lo sea, una persona imperfecta que deshumanizamos y convertimos en superhéroe. Ni queremos ni nos lo podemos permitir y una parte de nuestro cerebro se negará siempre a asumirlo. Preferimos creer que nuestros futbolistas favoritos son y serán eternos superhéroes: es lo único en lo que nos dejan seguir pensando como niños.  

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